domingo, 22 de marzo de 2015

Llueve de forma cansina y monótona detrás del cristal, acentuando la opacidad y la melancolía inherentes, ya de por sí, a una tarde de domingo por el centro de Madrid. Salgo a la calle acatarrado, con la nariz tomada y la garganta irritada. Este retorno inesperado del invierno me pilló de improviso el viernes por la noche, cenando en 'Motor B' con dos colegas de profesión. Y ahora, claro, estoy pagando las consecuencias de esa .

Quedo con tres amigas de la facultad en los sillones de la primera planta del Starbuck´s que da a Carretas. Llego un poco tarde: redactar notas de prensa los fines de semana es lo que tiene... Pero me apetecía verlas. También a ella: la que fue y, sin embargo, no ha dejado de ser.

Aunque intento evitarlos, sus ojos se encuentran con los míos, e inevitablemente, sonreímos. Todas me dicen por enésima vez este mes que estoy más rubio... Después ella se marcha y los demás terminamos enfrascados en una conversación que, de un tiempo a esta parte, se repite de forma recurrente en mi entorno: las relaciones de la adolescencia, el verdadero amor, las nostalgias de la universidad... Cuando ya casi he enjugado toda esa melancolía, parece que los demás la sienten ahora intensamente. ¿O será acaso que no la mantenían escondida?...

Concluimos, como casi siempre, que deberíamos vernos más a menudo. Y empezamos a organizar planes de camino a Sol. A ver si después de Semana Santa los quehaceres, las obligaciones y el estado anímico de cada uno nos permiten llevarlos a cabo. Ojalá...

Quedo con un amigo de toda la vida para ver el Barça-Madrid en un bar de reciente inauguración agradable y acogedor, ubicado en una esquina de la zona más moderna del barrio. Lo descubrimos la semana pasada, cuando veníamos en el coche de Javi desde Getafe, de recoger el dorsal para la carrera a la que nos apuntamos el domingo. Y hemos planeado esta tarde, un poco de improviso, ir allí a ver el partido.

Un cuarentón corpulento, ebrio de botellines, proclama vítores a Podemos vestido con una camiseta de la hoz y el martillo. Echa a rodar el balón en el televisor y es inevitable soltar alguna carcajada cada vez que el fulano apostilla una jugada.

Paso un momento por casa a enviar un texto que no estaba programado, y cuando regreso al bar veo que el Madrid acaba de empatar a uno, gracias a una genialidad de Benzemá. Los blancos toman la iniciativa del partido a partir de entonces: triangulan, abren espacios, juegan con verticalidad... Se masca el gol, que llega de nuevo con una jugada al borde de la portería del Barcelona. Pero el árbitro lo anula por presunto fuera de juego. Y comienza el descanso con la sensación de que el Madrid ha dejado escapar su única oportunidad de ganar este encuentro.

En la segunda parte, el juego de ambos se equilibra de nuevo, y el Barça, con un pase largo, repentino, que culmina con acierto Luis Suárez ante el denostado Iker Casillas, sentencia definitivamente este clásico, crucial, quizá, para la resolución de la Liga.

Javi decide enjugar el sabor de la derrota invitándome a cenar en la pizzería de la Beata. Nos damos un buen homenaje, nos liamos a hablar caminando por el barrio, y al final, como casi siempre, se nos echa encima la madrugada charlando apoyados en la verja de mi portal.

Inesperadamente, en el transcurso de la conversación, le llega un mensaje de una chica de su pueblo de la que se enamoró sin darse cuenta hace un par de veranos. Se pasaron juntos todo agosto, pero ninguno de los dos se atrevió a confesar lo que sentían. Javi guarda el móvil sin contestar siquiera. Lamento que no se atreva a retomar esa relación, la más especial que ha tenido hasta ahora, aunque le pese reconocerlo. Él me recuerda -a modo de defensa, supongo- cuando se ofreció a acompañarme a Italia, en el otoño de 2011, a ver a una chica de mi facultad a la que había prometido ir a visitar en su Erasmus. A los pocos meses, las cosas cambiaron y yo mismo cancelé todos esos planes. Entonces, rememorando con Javi las anécdotas de aquella época tan intensa, me da por pensar lo importante que es para todo saber aprovechar las oportunidades a su debido tiempo.

2 comentarios:

  1. Muy bueno Nacho, contigo los sentimientos y la nostalgia están siempre presentes, desde luego tienes a quién parecerte.

    Un abrazo

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  2. No lo dudes, Nacho, cuando pasa un tren, el que sea, hay que subirse sin dudarlo, una vez arriba ya eres tu quien decide si el viaje vale la pena o, por el contrario, es mejor parar. En cualquier caso, lo verás, siempre uno tiene la duda de si lo que hizo fue lo correcto o no. Como diría el clásico: "C' est la vie, mon ami".
    Por último, gracias por mantener VIVO el Blog, nos encantan tus reflexiones e historias vitales.

    Saludos. Lewys

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